La Belleza Encerrada de Fra Angelico a Fortuny

Esta exposición reúne 281 obras de las colecciones del Museo del Prado que tienen como denominador común su pequeña dimensión (formato) y unas características especiales de riqueza técnica, preciosismo, refinamiento del color y detalles escondidos que invitan a la observación cercana de estos cuadros de gabinete, bocetos preparatorios, pequeños retratos, esculturas y relieves. La mitad de las obras expuestas no se han visto con regularidad en el Prado en los últimos años. Conservadas en los almacenes o depositadas en otras instituciones, han cedido el paso con humildad a otras más famosas y populares que han brillado sin perder nunca su luz en la colección permanente, aunque no por ello son menos interesantes ni menos bellas. La singularidad del Museo reside en la elevada calidad de sus colecciones, en el sorprendente buen estado de conservación de sus obras y en la variedad de lo acumulado a lo largo de los siglos por los sucesivos monarcas y por las adquisiciones conseguidas por quienes tomaron el relevo del enriquecimiento artístico de la institución desde el siglo XIX.
Las obras expuestas se ordenan a lo largo de diecisiete salas en las que se da prioridad a la cronología, a través de un intenso recorrido que comienza a fines del siglo XIV y principios del XV en Italia, Francia y los Países Bajos, y culmina a finales del XIX en España. Ese concentrado paseo sin escapatoria activa en el espectador la conciencia del paso del tiempo, que une el pasado con el presente y descubre, además, la singularidad y belleza del Museo del Prado actual.
Por otra parte, las relaciones entre las expresiones artísticas de unos y otros países revelan similitudes y divergencias técnicas y estilísticas de la mano de artistas del máximo relieve; los diálogos entre las obras hablan de las influencias ajenas o de la reafirmación del sentimiento de lo propio. En determinados casos, los temas toman la iniciativa y se enfoca con mayor intensidad lo representado que a los artistas y a sus estilos particulares, invitando al espectador a reflexionar sobre el modo en que los pintores del norte y los del sur entienden una misma iconografía, en una visión totalizadora del arte europeo y de su significado desde la Edad Media y el Renacimiento, a través del Barroco y del rococó, hasta el naturalismo que dará paso al siglo XX.

El Prado ha hecho un especial esfuerzo en limpiar y restaurar lo expuesto para presentar las obras en unas condiciones idóneas, que permitan al espectador apreciar la belleza específica que encierra la pintura y la escultura de este formato. Sólo las perfectas relaciones tonales de la superficie pictórica, gracias a la transparencia de los barnices, dejan ver la precisión de las pinceladas y, con ello, el sentido y el significado de las figuras y de sus acciones o la poesía de los paisajes y la punzante llamada de atención de la naturaleza muerta, el bodegón. Se puede sacar el máximo partido de la apreciación de esta pintura íntima únicamente cuando su estado de conservación deja ver la intención original del autor, tanto en las obras que se decantan por el preciosismo de la técnica, como en aquellas cuya abstracción lleva incluso a la violencia expresiva, como en algunos bocetos.
La pintura de devoción da paso a los asuntos mitológicos, el paisaje aparece en el siglo XVI con personalidad propia, el retrato está presente desde los inicios y, junto a la melancolía, una de las facetas propias del arte y de todo artista, aparece la sátira y la reflexión irónica sobre el ser humano o la alabanza y la exaltación del poder, para finalmente, dejar sitio a la vida real, cotidiana y del pueblo, que coincide con el desarrollo de la burguesía a fines del XVIII.

Los artistas demuestran en estas obras su imaginación creadora, pero también su dominio de la técnica y, como siempre, su capacidad de innovación, que les lleva a introducir materiales nuevos para lograr efectos distintos. Así, a la madera inicial le sigue el lienzo, el cobre, la pizarra, la hojalata o las piedras artificiales, cada uno con su específica repercusión en la “personalidad” de la superficie pictórica, como sucede con el mármol, el alabastro, la madera policromada, la arcilla y el bronce, que configuran el mensaje de la escultura.
SALA 1.
(Presentación y contenidos)
<< Mira dos veces para ver lo exacto. No mires más que una vez para ver lo bello.>>
Henry F. Amiel, Diario íntimo (1821-81).
Palas Atenea recibe al visitante en una reducción de mármol blanco del siglo II d.C. de la famosa estatua de Fidias, de 12 metros de altura que presidía Atenas desde el interior del Partenon, como diosa guerrera y patrona de la ciudad. Pausanias (siglo II d.C.) describía así su efecto: <<Está hecha de marfil y oro. En medio del casco hay una figura de la Esfinge… y a uno y otro lado del yelmo hay grifos esculpidos… La estatua de Atenea está de pie con manto hasta los pies y en su pecho lleva inscrita la cabeza de Medusa en marfil. Tiene una victoria de aproximadamente 4 codos y en la mano una lanza; hay un escudo junto a sus pies y cerca de la lanza una serpiente>>. La bella y severa copia de época romana del Prado fue creada sin atributos guerreros, lo que hizo que fuera vista como diosa de la Sabiduría y de las Artes, y es bajo esta advocación como preside el resto de las salas y la variedad de las obras en ellas contenidas.

A través de ventanas de varias dimensiones, el visitante puede vislumbrar otros ámbitos en los que esculturas y pinturas del Renacimiento y bodegones del siglo XVII anuncian el esquema expositivo de otros siglos. Una de las caras de un pequeño cuadro flamenco del siglo XV, con la imagen de Cristo saliendo del sepulcro junto al velo de la Verónica, su <<verdadera imagen>>, reverenciada como verdad absoluta en la Edad Media, nos invita a entrar en la sala contigua y a descubrir su reverso en uno de los juegos de miradas y encuentros que ofrece esta exposición.

SALA 2.
(Presentación y contenidos)
Una cruz de cristal de roca, cobre y marfil del siglo XIV abre el brillante camino del arte en pequeño formato. Los primeros ejemplos residen en escenas de predelas con vidas de santos y de la Virgen, como las de San Eloy el Maestro de la Madonna della Misericordia, o las de la moderna Anunciación de Fra Angelico, con su perspectiva euclidiana. La pintura de devoción se presenta en pequeños cuadros, en ocasiones con la función de altares portátiles que incluían al donante, como la tabla francesa de principios del siglo XV, donde Luis I de Orleans ora ante una oración en el huerto con su temprano y minucioso paisaje, o los Desposorios de la Virgen del Maestro de la Leyenda de Santa Catalina, que introduce a un caballero en el fondo de una calle cualquiera en una ciudad nórdica.
Los retratos exentos se centran en los reyes y en los grandes señores. La variada iconografía de los santos y de la Virgen se presenta ante fondos de oro y gráciles arquitecturas en obras de Campin, Petrus Christus o Memling, que emplean ese orden racional, o ante el natural del paisaje, como muestra el Maestro de Hoogstraten, para transmitir el misterio divino.
El conocimiento del mundo clásico se manifiesta en dioses y héroes que en Italia incorporan tempranamente la belleza de las proporciones humanas, en los órdenes arquitectónicos y en la admiración por las indumentarias y los objetos antiguos, como en los serenos póstoles de Mantegna y en los bellos jóvenes representados por los Aspertini en los frontales de sus arcas para una cámara nupcial en la que entramos, indiscretamente, a través de una ranura en el muro que concentra nuestra mirada sobre sus moralizantes escenas.



Aunque Guido di Piero trabajó como pintor e iluminador en Florencia con anterioridad a su ordenación como dominico hacia 1420-1422 y la adopción del nombre de Fra Giovanni de Fiesole (sólo fue llamado Fra Angelico tras su muerte), sus primeras obras documentadas se fechan entre 1423 y 1429. Dentro de este periodo se incluye la realización de esta obra, pintada para el convento de Santo Domingo en Fiésole.
Minusvalorada durante décadas por la crítica, que la tenía por versión tardía de La Anunciación de Cortona con amplia participación de taller, La Anunciación del Prado es considerada actualmente una de las primeras obras maestras de su autor, y fue realizada en un momento decisivo para el arte florentino, cuando trabajaban en la ciudad epígonos del gótico internacional como Lorenzo Monaco o Gerardo Starnina; pintores al tanto de las innovaciones nórdicas, Gentile da Fabriano; y artistas revolucionarios como Masaccio o Brunelleschi.Iconográficamente se trata de una obra tradicional cuya tabla central muestra el ciclo de la pérdida (Adán y Eva expulsados del Paraíso) y salvación del hombre (Anunciación de María), mientras los cinco paneles de la predella ilustran otros tantos episodios de la vida de la Virgen.
La estructura que cobija La Anunciación fue de las primeras en seguir la recomendación dada en 1425 por Brunelleschi para los retablos de San Lorenzo, que debían ser cuadrados y sin adornos. Todo ello no puede hacernos olvidar que estamos ante una obra temprana que, como tal, delata los titubeos de su autor, perceptibles en el deficiente manejo de la perspectiva y el escaso conocimiento de la anatomía (Texto extractado de Falomir Faus, M.: Pintura italiana del Renacimiento. Guía,Museo del Prado, 1999, p. 32).










San Eloy ante el rey Clotario (Hacia 1370), Temple sobre tabla. 35x39cm. Maestro de la Madonna della Misericordia (H.1350-1400). Escuela Italiana.
SALA 3.
(Presentación y contenidos)
La solemne Piedad de Roger van der Weyden, aún de pleno siglo XV, da testimonio de la transformación que tiene lugar en el siglo XVI. El orden anterior ha cambiado y Durero se presenta como un gentilhombre –ya nunca más el artista será un siervo- ante la ventana que se abre hacia la antigua frontera de los Alpes y deja ver el incierto futuro. Como Heráclito, el ser humano es ahora consciente de que <<Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, abundancia y hambre>>. Ese nuevo sentimiento ambiguo y caótico, tiene la culpa de que Europa no sea ya el centro del Universo, como tampoco lo es, desde Copérnico, la Tierra, que ha extendido sus confines hacia el Nuevo Mundo, como evidencia Patinir en su Paso de la laguna Estigia. Que la locura no es ya solo patrimonio extraordinario de los dioses, sino miseria de los humanos, lo comprobamos en la Extracción de la piedra de la locura del Bosco. Que seres de otro color han manifestado su presencia igualitaria se evidencia en la Adoración de los Reyes Magos del Pseudo-Blesius, donde el Niño, además, se sitúa en un eje inestable que bascula entre David, el rey guerrero, y Salomón, el rey sabio. Los santos rehúyen mirar al espectador, conscientes de sus pecados, e incluso la imagen de Cristo, flagelado o herido, no trae el consuelo a la humanidad doliente, sino el castigo en el Juicio Final y la seguridad del Infierno, como presenta el Bosco en su Mesa de los pecados capitales, cuyo fuego se multiplica a través de las numerosas imitaciones de sus seguidores, que llenarán los gabinetes del siglo XVI.












Nota: Los textos que acompañan esta entrada han sido extraídos de la pequeña guía que acompaña la visita a la exposición.