Una figura que se hace imprescindible para dar significado a este título es, sin duda alguna, el Marqués de Comillas.
Antonio López, nacido en Comillas en 1817 e hijo de una familia de hidalgos empobrecidos, hizo fortuna en Cuba y se estableció definitivamente en Barcelona en 1853, donde consolidó y amplió su imperio mercantil y financiero, convirtiéndose en uno de los hombres más ricos de España. Asimismo fue uno de los personajes clave del Grupo Catalán que promovió la Restauración monárquica en España en 1874. Todo ello facilitó que Alfonso XII creara el título de Marqués de Comillas para él en 1878 y tres años más tarde lo nombrara Grande de España.
En ese mismo año, 1881, invitada por Antonio López, la familia real veraneará en Comillas y desde ese año hasta 1900, siempre bajo el mecenazgo y tutela del marqués, surgirán en la villa un conjunto de obras que, según María del Mar Arnús, preludian, en cierto modo, lo que más tarde se llamaría el movimiento modernista y que convirtieron a Comillas durante dos décadas (tal fue el desembarco de arquitectos, escultores, pintores y artesanos catalanes llamados por el marqués) en un apéndice de Barcelona.
Para empezar, Joan Martorell (uno de los maestros de Gaudí y al que recomendaría para que dirigiera las obras de la Sagrada Familia), quien realizó para el marqués la Capilla-Panteón (1878-1881), el Palacio de Sobrellano (1878-1889) y el Seminario de los jesuitas (Actual Universidad Pontificia) (1882-1892); y Oriol Mestres, que realizó La Portilla (1871), residencia de las infantas en Comillas.
Estos dos arquitectos designaron como ayudantes y colaboradores a dos jóvenes promesas y compañeros de curso: Cristóbal Cascante y Antoni Gaudí.
Gaudí diseñó tres construcciones para Comillas: un Kiosco (1881), seguramente con funciones de “Fumador” y hoy desaparecido, El Capricho (1883-1885) como villa de recreo para Máximo Díaz de Quijano, concuñado del marqués, y La Puerta de los Pájaros (1900), una portilla para coches en la que, sobre la de los peatones, realizó un agujero para que, poéticamente, entrasen los pájaros, y que supone a nivel estilístico el paso a la época de madurez del arquitecto.
En 1900 se acuerda la construcción de esta portilla perteneciente a la Casa de Moro, as superficies onduladas, las esquinas redondeadas, los volúmenes curvos de esta puerta serán un punto de referencia en la ruptura lingüística del arquitecto, quien se abre aquí a la modernidad.
La construcción de esta puerta se realizó a partir de desechos de piedra que se destruyen y se recomponen como hicieran más tarde los pintores cubistas con los objetos cotidianos y que se había utilizado desde siempre en la construcción de muretes (Mampostería), Gaudí lo magnifica y lo manipula para darle una nueva utilidad, llena de fantasía y rigor. En ella, Gaudí huye de las aristas, dando forma redondeada a sus esquinas y volúmenes ondulados.
Tiene tres vanos, el mayor para coches, el mediano para personas y el pequeño, circular y situado en la zona superior derecha, sería para los pájaros -de ahí su segundo nombre, “puerta de los pájaros.
Cristóbal Cascante, además de dirigir a pie de obra los proyectos de Martorell, Mestres o Gaudí, diseñó el Hospital (1885-1888), numerosas y notables construcciones efímeras para las visitas reales (pabellones de baño, arcos de triunfo…) y el Monumento al Marqués de Comillas (1890) junto a Lluís Domènech i Montaner.
Este arquitecto, el último en “desembarcar” en Comillas, se encargó de la reforma del Seminario diseñado por Martorell, en el que ensayó soluciones arquitectónicas que después aplicaría en el Palau de la Música de Barcelona, de la reforma del Cementerio de Comillas (1893) o de la construcción de la Fuente de los Tres Caños (1899). Además, junto a los mejores escultores del modernismo catalán diseñó las puertas de la iglesia del Seminario (1889-1892), con Esusebi Arnau, o levantó mausoleos, el de la familia Piélago (1893), con Josep Llimona. De éste último destacan también las esculturas La Resignación, La Plegaria y La Asunción (1903) para el Mausoleo a la memoria de Claudio López (el hermano del marqués) y su mujer, Benita Díaz de Quijano.
Otros notables escultores que dejaron obra en Comillas fueron los hermanos Vallmitjana, Venanci y Agapit, quienes, para el Mausoleo de Antonio López Bru (hijo mayor del marqués, fallecido a los 24 años), realizaron Antonio López Bru, Venanci, y Cristo yacente, Agapit.
En suma, cuando a principios de 1881 llegaron de Barcelona veintidós vagones de tren, cargados de mercancía para los preparativos de la recepción real y con más de trescientos operarios, Comillas entró en la historia de los movimientos artísticos europeos anticipando a menudo muchas de las características que se desarrollarán después en torno al llamado Art Nouveau.
El Capricho de Gaudí:
El Capricho de Gaudí es una obra icónica del “modernismo” diseñada por el genial arquitecto Antoni Gaudí i Cornet (1852 – 1926). Se trata además del edificio más antiguo construido por Gaudí y una de sus tres únicas obras fuera de Cataluña.
La importancia del Capricho (y de la Casa Vicens) es que son los primeros edificios de Gaudí y, por consiguiente, obras importantísimas para el devenir de la carrera del arquitecto y esenciales para el estudio de la trayectoria del conjunto de su obra y definitorias del estilo de su primera época, que se distingue, como señala L. E. Cirlot, por la influencia mudéjar, por la alternancia entre esta sugestión orientalista y el medievalismo, y por la aparición progresiva y creciente de los elementos que corresponden a la época de madurez de Gaudí.
Antes de que el siglo XIX acabase, algunos arquitectos realizarían una destacada labor con un carácter propio. Esta labor adquiere más relevancia por encuadrarse aún en una época en la que los historicismos y las arquitecturas de rango ecléctico protagonizan el panorama arquitectónico. Personajes como Gaudí o Domènech i Montaner se pueden comprender en su justa medida enclavándolos en sus propias circunstancias espacio- temporales.
Ambos arquitectos de origen catalán pertenecen a la generación de 1850 y han recibido una formación análoga a manos de la figura significativa de Elías Rogent en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. Domènech se calificaría de autor ecléctico cinco años después de obtener su título, en 1878. En ese mismo año terminaría Gaudí su carrera. Por entonces ni siguiera se hablaba de modernismo. Así que si el paso del tiempo ha atribuido el calificativo de modernista a estos autores, se trata de una apreciación elaborada a posteriori. En la Barcelona de entonces ni siquiera se había llegado a la gran explosión ecléctica. Faltarían diez años aún para que se produjera la muestra más sorprendente del eclecticismo barcelonés, la Exposición Universal de 1888, dirigida precisamente por Elías Rogent.
De este modo, si hay obras tempranas de Gaudí que han tenido el calificativo de premodernistas, se trata de una cuestión terminológica que manifiesta la ignorancia de una circunstancia fundamental: precisamente en aquel tiempo las obras más vanguardistas de la arquitectura dentro y fuera de nuestro país eran los proyectos eclécticos no miméticos. Se trata de obras como la Casa Vicens y El Capricho, de Gaudí, o construcciones como la Editorial Montaner y Simón de Luis Domènech (1880). Son obras muy adelantadas, pero todavía no se puede utilizar el calificativo de modernistas para ellas. El modernismo aún no significa nada en estas fechas.
De ahí que la figura de Gaudí deba ser estudiada como un punto y aparte respecto a las líneas creativas que se desarrollan en la arquitectura de la época. Su obra se alimenta de los problemas y las aspiraciones contemporáneas, pero también destaca con especial fuerza, más allá de todo calificativo.
Antes de terminar la carrera ya ejerció su profesión como ayudante de otros arquitectos o maestros de obras. Pero no sólo se centraría en su dimensión arquitectónica; también se ocuparía del diseño de muebles, del urbanismo o la decoración. Fue artesano, arquitecto, escultor y pintor, y gran parte de su éxito se debe a que integró plenamente las artes en formas que procedían de su estudio de seres de la naturaleza. En efecto, entre las características singulares de Gaudí destaca su personal recuperación de la naturaleza como fuente de inspiración para componer estructuras o decorar formas. De algún modo, el paisaje de Tarragona, un campo seco, pedregoso, plantado de viñas, algarrobos, almendros, olivos y avellanos se encuentra detrás de la configuración de su idea arquitectónica.
A esta utilización de la naturaleza se une una poderosa imaginación, que Gaudí distinguía muy bien de la fantasía. La fantasía se abocaba, según él, a la invención de absurdos o imposibles. Era una capacidad onírica, inconsciente, y bastante apartada de lo que es una arquitectura imaginativa. La imaginación en cambio es más una facultad de ver formas nuevas en nuestras imágenes internas, y de ser capaces de trasladarlas a la construcción de edificios y otras obras de arte. El uso de la imaginación en la obra arquitectónica provoca que en las creaciones de Gaudí, curiosamente, se elaboren proyectos muy cercanos a la realidad. Se trata de una arquitectura de un hombre con los pies en el suelo; las formas libres, verdaderos paraísos de creación que se generan en su cerebro, se trasladan primero a papel y después a ladrillo o piedra pasando por todas las exigencias prácticas que requiere una arquitectura perdurable.
GAUDÍ Y LAS TENDENCIAS ORIENTALIZANTES.
La primera obra que Gaudí realiza es la que construye para el ceramista Manuel Vicens. La barcelonesa Casa Vicens, comenzada en 1883, revela los principios en los que Gaudí se había movido en la Escuela de Arquitectura. El estilo indefinible de esta construcción resulta de la aplicación de una impronta libertaria y fantasiosa a partir de una estética árabe y mudéjar. Las formas geométricas de su exterior e interior se basan en el uso del hierro, del ladrillo y la cerámica.
El año en que se comienza la Casa Vicens es el mismo en que se inicia la construcción de Villa Quijano, popularmente conocida como “El Capricho”. Estas dos construcciones, unidas a los pabellones Güell, constituyen la trilogía de edificios orientalizantes del principio de la carrera de Gaudí. Pero mientras los pabellones Güell son construcciones auxiliares y El Capricho es una obra singular destinada al uso de un solterón refinado, Gaudí elaboró la Casa Vicens teniendo presente su utilidad como casa de familia.
Partiendo de planos topográficos del terreno, el arquitecto hubo de limitarse a la forma estrecha, alargada y en pendiente del solar. Forzado por dichas características, Gaudí proyectó la casa de forma alargada, estableciendo tres niveles, destinados a un subsuelo para el servicio, una planta noble para la vivienda y un desván. Las tres zonas estaban conectadas mediante un par de escaleras de caracol.
La construcción de El Capricho, levantado entre 1883 y 1885, contiene algunos elementos presentes también en la Casa Vicens, como las piezas cerámicas de girasoles. El Capricho no presenta innovaciones estructurales. Su basamento es de piedra de sillería y sus muros de ladrillo, con el añadido cerámico. La cubierta es a dos aguas y su armadura, de madera, como las viguetas de los forjados.
El Capricho es un edificio que se ubica en Comillas (Cantabria), inmediatamente detrás del palacio de Sobrellano, que fue construido por Martorell para el Marqués de Comillas. El encargo de El Capricho provenía de Máximo Díaz de Quijano, cuñado del marqués.
El hecho de que se trate de una construcción para un soltero ofrece una distribución particular. En la planta baja el proyecto tenía un salón de gran altura, una sala para recibir, un comedor, y varios dormitorios con cuartos de baño. En el semisótano se distribuían las cocinas y las habitaciones del servicio.
El nombre por el que se conoce este edificio se debe a las formas exóticas que ostenta. Su aire orientalizante y musulmán se revela no sólo en el minarete que preside la entrada a la casa, un mero capricho decorativo, sino también en la cerámica de girasoles, compuesta en bandas verdes que alternan con ladrillos rojos y amarillos, o en los aparatosos modillones. La torre que preside la entrada está revestida de cerámica verde, alternando las formas lisas con otras con relieves que dibujan hojas y girasoles. El remate del templete con que se corona tiene tal forma geométrica que recuerda una cristalización mineral. La cubierta original era de tejas árabes vidriadas, de color verde, que fueron sustituidas por placas planas de fibrocemento. También era caprichoso el proyecto no realizado de instalar una celosía encima de la cumbrera de la cubierta, en la que se leería el nombre del dueño y de la localidad.
Junto a la influencia oriental, El Capricho se encuentra también marcado por la lectura de ciertas revistas inglesas (tal vez The Studio) que impresionaron a Gaudí más que otras de origen francés, más habituales en la Barcelona de la época.
Pero estas influencias -sobre todo en los motivos ornamentales- no restan validez y originalidad al conjunto edificado, totalmente inédito y diferente a otras obras contemporáneas. Es de agradecer que Gaudí no tomara el camino de repetir soluciones en las obras que simultáneamente estaba realizando.
El arquitecto tuvo muy en cuenta el entorno inmediato de la casa. El conocimiento del clima lluvioso de la zona le hizo prestar atención a los faldones de la cubierta. Tenía planta en forma de U para abrigar del viento del norte un gran invernadero orientado al sur donde el propietario atesoraba las plantas que le traían de ultramar. Estéticamente utilizó como referencia el entorno para crear armonías y contrastes de colores, pasando del verde intenso que aparecía en los castaños y el césped del parque, al intenso amarillo del ladrillo visto y la clara piedra arenisca, que son las masas que determinan el perfil del edificio.
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